Por Jorge Fuentes, psicólogo y Director de Pranavida
En medio de la devastación que deja a su paso un mega incendio, no sólo nos enfrentamos a la
pérdida tangible de hogares, sino también a una herida profunda en aquellos que lo han vivido.
Hoy tenemos casi 15 mil casas afectadas, cuyos habitantes no solo han debido ver cómo sus años
de esfuerzo y recuerdos se han convertido en ceniza, sino que, en muchos casos, han tenido que
afrontar la pérdida de seres queridos, cuya cifra sobrepasa las 100 personas fallecidas y que,
probablemente, seguirá en aumento. Un contexto que hace evidente la necesidad de incorporar el
apoyo emocional en los esfuerzos de reconstrucción, reconociendo que la sanación interior es tan
crucial como la reconstrucción física.
Mientras los chilenos y distintas instituciones, tanto públicas como privadas, se movilizan para
entregar ayuda inmediata a los damnificados, parece esencial reforzar la relevancia que tiene que
el Estado incorpore dentro de las medidas de corto, mediano y largo plazo la implementación de
programas y recursos destinados a abordar la salud mental de las personas afectadas. Hablo de la
intervención inmediata para atenuar el impacto emocional inicial y la creación de estructuras
sostenibles a lo largo del tiempo, entregando a las comunidades herramientas para enfrentar el
duelo, gestionar el estrés y fortalecer la resiliencia emocional.
Y es que la atención a la salud mental no debe ser considerada como una medida secundaria o complementaria, sino como un componente esencial en el proceso de recuperación, ya que el
duelo y la pena no entienden de calendarios ni de plazos, y es necesario que el apoyo emocional
esté disponible a lo largo de todo el proceso de reconstrucción. En este sentido, el trabajo de los
profesionales de la salud mental va más allá de proporcionar herramientas para gestionar el dolor,
sino que más bien se trata de ofrecer un espacio seguro para expresar las emociones, validar el
sufrimiento y guiar el proceso de reconstrucción interna.
Por otro lado, no hay que dejar de lado la creación de redes de apoyo comunitario, ya que la
solidaridad entre aquellos que comparten experiencias similares puede ser una fuente de fortaleza
importante a la hora de buscar salir adelante.
La empatía y la comprensión son tan importantes como los ladrillos y el cemento en la tarea de
edificar un nuevo sentido de normalidad. Por ello, la inversión en salud mental debe ser vista
como una estrategia inteligente para construir bases sólidas que permitan a las personas superar
las adversidades y contribuir activamente a la reconstrucción de sus vidas y de comunidades
emocionalmente resilientes.