Por Dra. Zita María Teresa Juliá Jorquera, académica de la carrera de Psicología de la
Universidad Central Región de Coquimbo.
La menarquia o menarca es lo que conocemos como la primera menstruación y evidencia la pubertad femenina. Este proceso sigue siendo planteada como uno de los eventos centrales dentro de la vida sexual femenina, simbolizando en diferentes culturas como el abandono de la infancia. En Chile, ocurre en promedio a los 12,6 años que muestra un rango de manifestación que va de los 10 a los 16 años como un indicador biológico irrefutable del paso de ser niña a la pubertad.
Este proceso madurativo se vive de distintas formas según su contexto, pudiendo ser culturalmente negada y silenciada. La significación atribuida a la sangre menstrual como sucia prescribe una norma de mantenerla oculta al género masculino y de extremar la higiene. Aún en algunas culturas obligan a las niñas a dormir o comer alejadas de sus familias o a faltar a la escuela cuando están menstruando. No obstante, en el mejor de los casos, existen eufemismos positivos, es decir, manifestaciones suaves o decorosas para referirse a este proceso que muchas veces ocultan una significación negativa, lo que mantiene los estigmas y prejuicios sobre la menstruación.
Es más, existen culturas como la de los pueblos aimaras de Chile, Bolivia y Perú, en las que las prácticas y los significados culturales alrededor de la menstruación la señalan como aspecto crucial de la maduración de las mujeres y de cómo estos cambios impactan en la comunidad, los significados compartidos por las mujeres significan este hito como una celebración de la vida. Por otra parte, la influencia religiosa judeo-cristiana, unido a la poca información que se comparte, hace que se vayan generando creencias negativas en torno a la menarquia. En particular, el mantener el silencio sobre este hecho biológico puede tener implicancias psicológicas y gatillar estrés y angustia en las niñas. Paradójicamente este hito en el desarrollo que debería ser un hecho que empodere la feminidad, pasa a ser caracterizado desde la vergüenza, la incomodidad o el asco, y la niña lo vive como una desaprobación social o un rechazo.
En general, la experiencia de cada niña con la llegada de su menarquia puede variar según su
contexto. En una versión positiva del proceso, se tiende a plantear que se han convertido en
señoritas o mujeres, cuando ellas aún quieren seguir siendo niñas. Se espera que las niñas lleguen
a comprender sus capacidades reproductivas y sus responsabilidades futuras constituyendo una
«conciencia femenina» en respuesta directa a la funcionalidad biológica. La menarquia se entiende
entonces, como una segunda asignación de género [ la primera se da al nacer en cuerpo de
mujer], orientando lo femenino hacia la pasividad, lo que se llega a privar a muchas niñas del juego
y el deporte, evitando así, la exploración y el riesgo. Así, la menarquia no llega sólo acompañada de la propia experiencia de la niña, sino también se instala en una contradicción que, por una parte, se entiende que ellas se convierten en mujeres, adquiriendo poder y enfrentando una serie de normativas sociales sobre cómo deben comportarse como señoritas y futuras madres y, por otra parte, por su edad, siguen siendo niñas, quieren explorar, aventurarse y adquirir progresivamente su identidad y autonomía. La forma como se resuelve esta contradicción tendrá un profundo impacto en su emancipación, en la definición de su identidad femenina y en su sexualidad.
Más aún, la forma en que se construyen las historias de exclusión de las niñas a menudo a través de normas de construcción de la menstruación como incapacitante y como una responsabilidad, puede justificar la restricción deliberada de los derechos políticos de las mujeres, su acceso a los procesos legales y/o los beneficios de la ciudadanía. Mediante interdicciones frente a ciertas actividades, todo lo que no se puede hacer, se construyen diferentes ideas sobre géneros y las sexualidades; no sólo desde la interacción familiar, sino que también, desde la propia subjetividad que busca cumplir con esas ideas y tabúes que luego, ellas reproducirán.
El desconocimiento en general sobre cómo educamos respecto a la menarquia, su aparición a veces inesperada y en contextos escolares que ya no son segregados, gatilla que, a pesar de recibir información previa de las madres, la ignorancia, extrañeza y el temor se mantengan, profundizando la construcción y transmisión de tabúes. El tabú no solo restringe, sino que construye y reproduce significados y prácticas de aquello que significa. Estos tabúes se complejizan a medida que la información que entregan las madres se va complementando con otras fuentes, y así, las niñas – para bien o para mal- se informan por medio de compañeras y docentes, de los medios de comunicación y la publicidad. Todo ello genera en las niñas conductas de auto vigilancia o preocupación excesiva acompañada de sentimientos de vergüenza o pérdida de control sobre el propio cuerpo.
Las niñas que tienden a experimentar su primera menstruación de manera poco positiva, no solo hacen suya estas valoraciones, sino con ello interiorizan los discursos políticos e ideológicos que se desprenden de categorías históricas y socioculturales dominantes y contribuyen a reproducir la subordinación de las mujeres y las desigualdades de género, manifestándose como un quiebre en el desarrollo de sus talentos. Es necesario enseñar a las niñas la gestión del estrés relacionado con la menstruación, para ayudarles a lograr un equilibrio entre la salud física y psicológica y para apoyarlas para que su niñez vaya gradualmente transitando de la adolescencia a la edad adulta. ¿Cómo podemos dar una intención explícita que permitan a las niñas gestionar sus primeras menstruaciones como una condición natural del cuerpo desprovista de estereotipos y expectativas rígidas de género? y ¿cómo podemos ofrecer un espacio seguro y acogedor sin juicios sociales negativos y limitantes? ¿Cómo podemos priorizar el cuidado de la salud física y mental para que, comprendiendo su ciclo menstrual, las niñas no se sientan presionadas para entrar al mundo de las mujeres? ¿Cómo incluir a los varones en la educación sobre la menarquia para que con su conocimiento puedan facilitar la comodidad y un debate abierto que promueva la positividad cultural frente a la menarquia?
En la educación sexual integral (UNESCO) se puede encontrar un enfoque biomédico y preventivo que no explicita las implicaciones de la menarquia en la pubertad de las niñas desde su significación psicológica, cultural y de derecho. La UNICEF en cambio, promueve la Guía para la promoción de la salud e higiene menstrual dirigida a adolescentes y sus familias, dando un paso hacia los hábitos de higiene, buscando dar naturalidad a este proceso. Por su parte, en Chile desde la educación formal existen muy pocos programas en cuales se pueda integrar la menarquia desde sus significados biológicos, psicológicos y culturales.
Un importante aporte en el país, lo constituye la Guía Menstrual de la Escuela La Tribu (2022) distribuida por el Ministerio de Salud y Ministerio de la Mujer de Chile. Esta Guía destinada a profesionales que trabajan con niñas, adolescentes y mujeres ha significado un gran avance en el enfoque biopsicosocial, de género y de Derechos Humanos de la menstruación y plantea el ciclo menstrual como unos de los indicadores más importantes de la salud. Entre las recomendaciones para los equipos, la Guía plantea, entre otros: brindar información objetiva, libre de prejuicios y veraz sobre el ciclo menstrual; brindar herramientas que permitan abordar el ciclo menstrual y los síntomas asociados de forma autónoma; validar de los síntomas e información entregada por las propias niñas y mujeres sobre su cuerpo y ciclo menstrual y, evitar la normalización del dolor.
Además, desde el año 2021 se está tramitando un proyecto de ley que Promueve, resguarda y garantiza los derechos de las personas menstruantes. Este comprende la salud menstrual en términos de los derechos humanos y cuidados y plantea que el abordaje de la salud menstrual posibilita la consideración de las experiencias de todas las personas menstruantes, en especial las pertenecientes a sectores históricamente invisibilizados y vulnerados, marcados por la marginalización, las inequidades, la discriminación y el tabú. Podemos esperar que el proyecto también incluya la mirada de la niñez y sus derechos, en especial, su derecho a la información, a opinar en asuntos de su interés, a una vida sana que contemple descanso el acceso a las condiciones básicas de cuidado, al juego, el deporte, la cultura y la recreación. Se espera que promueva la continuidad del desarrollo de las niñas sin interrumpir sus sueños y sus talentos.
En cuanto a la educación formal, la expectativa es que las y los docentes cuenten con una formación adecuada para que puedan enfrentar este proceso con naturalidad, sin prejuicios ni tabúes. En especial, se espera que nosotras las mujeres jóvenes y adultas veamos la menarquia como una ocasión para acompañar y empoderar a las niñas, vigilando su niñez y despejando todos los discursos que puedan bloquear sus talentos y su autonomía.